Giró el rostro de esa tarde y llenó de naranja los ojos ansiosos
que esperaban verte volver, a escupir una falsa disculpa en si bemol
y todo de nuevo, otra vez.
Dispuestos a olvidarnos de todo
y amortiguar los golpes del erróneo amor con escepticismo.
La garganta sedienta, único testigo de los gritos,
como aullidos, que tronaban en la vereda.
Lo cierto fue, que no volvió, y la tarde se dejó llevar de la mano
por rincones tardíos hasta la puerta de un bar.
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