Una vez que sus labios se callaron, tomé su cuello, tan frágil que casi me conmueve. De a poco comencé a sentir con mis pulgares cómo el aire entraba y salía por su garganta; me acerqué hasta poder escuchar la lucha de su nariz y de su boca por respirar. Normalmente todo esto no hubiese pasado, pero aquella mañana no era normal.
Habíamos pasado la noche en vela buscando qué hacer sin salir del cuarto. Me pidió un beso y yo no lo negué. Tampoco negué acercarme cuando su cuerpo y el mío estaban desnudos. Nos habíamos emborrachado y vomitamos mientras nos tocábamos.
Cuando clareaba se fue alejando de mí como si la luz del día que entraba por la persiana rota le permitiese ver las diferencias entre lo que soy y lo que había conocido en el bar. Era quizás mi cuerpo demasiado flaco, o mis ojos desorbitados. No pudo disimular el asco que me tenía, al principio me produjo compasión entendí lo que le pasaba, luego comencé a sentir odio ¿Por qué ya no me tocaba?
Dijo que quería irse y me pidió que abra la puerta. Le sonreí. Agarré sus manos con furia y mi boca atacó la suya anonadada. Rasguñé y golpeé su espalda tumbando su cuerpo en el piso de un golpe seco. Mordí su cuello y mi boca sabía a sangre. Volví a morder y no pude detenerme hasta que su sangre manchó la remera blanca. Comencé a sentir a sentir con mis pulgares cómo el aire entraba y salía por su garganta; me acerqué hasta poder escuchar la lucha de su nariz y de su boca por respirar. No pude parar la sangre que emanaba su cuello, tampoco quise. El placer del cuerpo retorciéndose tratando de apartarme ya sin fuerzas era todo mi poder. Busqué un chuchillo y corté por las marcas que habían dejado mis dientes, quebré su tráquea con un ruido que se sintió por toda la habitación. Introduje mis dedos por el hueco que había en su tráquea, y jamás había sentido algo así. Vomité y me quedé dormida con mis dedos en su humillación más grande.
Desperté cuando el frío de su cuerpo inerte me congeló. Me levanté, miré la escena... La sangre estaba por todas lados, el piso había tomando otro color. El cuarto apestaba a vómito y a muerte. Odiaba lo que había hecho. Golpeé mi cabeza con una botella intentando quizás al menos perder el conocimiento, los vidrios estallaron y no pude lograr más que un mero golpe. Había matado y ya no tenía fuerzas para matarme a mí. Eran ya las cuatro de la tarde y el hambre no me dejaba pensar. Mi cabeza giraba y todavía me dolía el golpe, veía doble. El cadáver aún no se había descompuesto, y había que ocultarlo. ¿Qué podía hacer? Maldito dolor de cabeza, si no tuviese tanta hambre... Quizás deba empezar por los dedos de los pies.
No hay comentarios:
Publicar un comentario